A menudo digo que el activismo por el aborto no entró en mi vida por elección propia, simplemente sucedió, y aquí elegí quedarme.
En 2015, cuando estudiaba Psicología en la universidad, algunos compañeros de clase pegaban stickers en los baños con información sobre cómo acceder al misoprostol. En ese momento, no entendía mucho sobre el tema y si soy sincera, en ese momento pensaba que el aborto solo debía permitirse en casos de violación. Pensaba que, con tantos métodos de anticoncepción disponibles, ¿cómo era posible que las mujeres siguieran quedando embarazadas?
Con el tiempo, mi forma de pensar cambió. Junto con otras compañeras de clase que trabajaban en temas de sexualidad y género, hablamos de poner en práctica nuestro feminismo y crear una organización que apoyara a las personas. Entonces vimos una convocatoria de capacitación del Fondo María, presenté mi solicitud y me seleccionaron.
Fue entonces cuando aprendí más sobre el misoprostol y todo empezó a tener sentido para mí. Claro, hay anticonceptivos, pero ninguno es 100 % efectivo. Y no todo el mundo usa anticonceptivos o condones cada vez que tiene relaciones sexuales. Esa es la realidad. La sexualidad es variada, diversa y debe ser libre.
Acompañé por primera vez a alguien en su proceso de aborto en 2016.
No siempre ha sido fácil trabajar en el ámbito del aborto. He recibido agresiones en Internet e incluso he sufrido agresiones físicas por parte de grupos antiabortistas. Acepté esos riesgos como parte del trabajo. Pero el estigma que más me ha dolido es el de mi propia familia, el que me ha generado heridas profundas es ese. Pero al final, siempre vuelvo a la certeza de que estamos en el lado correcto de la historia, en el lado correcto de los derechos.
Una historia que se me ha quedado grabada es la de Mari, una joven de una familia profundamente religiosa. Acudió a nosotros en una etapa avanzada de su embarazo, demasiado asustada para viajar a la Ciudad de México para abortar debido a la estricta vigilancia de su madre. Llevaba meses buscando ayuda sin éxito y había empezado a rendirse, pero finalmente encontró uno de nuestros stickers en una parada de autobús y se puso en contacto con nosotres.
Pudimos apoyarla durante todo el proceso de manera local.
Cuando todo salió bien y nos despedimos, ella dijo: «Hoy regreso a mi casa libre». Después de meses de sufrimiento, de pensar que tenía que resignarse a tener un hijo fruto de una relación violenta, ese día regresó a casa tranquila y en paz.
Aunque las activistas podemos hacer mucho, no podemos llegar a toda la población.
Para nosotres, el acompañamiento es esencial, pero no puede ser la única opción. Las personas deben tener alternativas, ya sea acudir a un hospital público, acceder a medicamentos en casa o recibir atención privada.
Nos resulta imposible llegar a toda la población, por lo que es muy importante que los servicios de salud se activen y hagan su trabajo.
La Suprema Corte de Justicia de México ha afirmado que nadie debe ser criminalizado por abortar. Esto es importantísimo y relevante, pero no es suficiente porque su aplicación sigue siendo irregular. Muchas personas, especialmente adolescentes, mujeres indígenas, migrantes y quienes no tienen acceso a Internet, siguen sin poder recibir la atención que necesitan.
Por eso, en Di Ramona supervisamos los servicios, documentamos las barreras e insistimos en que las autoridades asuman la responsabilidad de proporcionar servicios de aborto accesibles.
También nos oponemos a los plazos legales para el aborto. Todos los estados de México están optando por despenalizar solo hasta las 12 semanas, pero se trata solo de un acuerdo político, que no tiene nada que ver con la evidencia médica y científica más actualizada.

Somos las expertas en abortos en nuestro contexto.
En Hidalgo, donde nos encontramos, siempre había existido un fuerte discurso de que si necesitabas abortar tenías que ir a la Ciudad de México. Pero empezamos a decir que no, que en Hidalgo abortamos y que nosotres les acompañamos.
Siempre hemos sido muy abiertes sobre lo que hacemos y el apoyo que podemos ofrecer. Esta apertura nos ha permitido estar en constante comunicación con las personas que buscan abortar. Esto ha sido muy valioso porque nunca somos nosotres quienes decimos lo que está bien o mal, ni asumimos lo que la gente necesita. Las personas usuarias de nuestros servicios nos lo dicen y entonces nos ponemos a trabajar para facilitarles alternativas. Conocemos el contexto y conocemos a las personas que necesitan los servicios.
Quiero imaginar un futuro con libre acceso al aborto.
Quiero que el aborto se elimine de todos los códigos penales.
Necesitamos acceso a la mifepristona y al misoprostol en las farmacias, sin barreras. Queremos ver que los sistemas de salud implementen el derecho a los servicios de aborto, sabiendo que no nos están haciendo un favor, sino que es su trabajo.
Imagino un futuro con muchos menos proveedores médicos que sean «objetores de conciencia». Imagino programas médicos universitarios con una formación integral en salud sexual y reproductiva que incluya el aborto con misoprostol y AMEU.
Imagino un movimiento inclusivo a favor del aborto en el que todos nos capacitemos juntes de manera conectada y estratégica.
La persistencia siempre ha sido nuestra fortaleza en Di Ramona. Seguiremos luchando por lo que es correcto y por un acceso verdaderamente inclusivo al aborto para todas las personas.
Entrevista con Daniela Téllez, directora ejecutiva de Di Ramona, una organización socia de SAAF en México.




