Al principio, mi conexión con el tema del aborto vino de mi experiencia personal. Tuve un aborto espontáneo cuando era muy joven, a los 14 años. Más tarde, tuve que abortar. Esta vez fue mi decisión interrumpir el embarazo, pero también fue complicado porque vivía en un contexto de violencia.
No pude acceder al aborto en una clínica, alguien me dio un té de hierbas; ni siquiera sabía qué contenía exactamente. Así fue como descubrí la existencia de los abortos fuera de la ley.
Al unir esas dos experiencias, tomé mucha conciencia de lo importante que es el cuidado. En el caso del aborto que busqué, en realidad me sentí más apoyada porque la mamá de mi novio estaba ahí para ayudarme. En cambio, cuando sufrí la pérdida del embarazo en el hospital, fue la experiencia más horrible que se pueda imaginar, sobre todo por la violencia obstétrica que sufrí.
Empecé a apoyar a las jóvenes de mi comunidad que se enfrentan a embarazos no deseados.
Vengo de una localidad de Hidalgo, cerca de Pachuca, que tiene problemas de violencia y adicción. Tengo formación jurídica y ofrecía asesoramiento en casos de violencia de género, pero lo que realmente quería era acompañar a las personas en sus procesos de aborto.
Encontré un curso de formación intensivo que duraba seis meses en total. Al final, nos dijeron: «Ahora están listas para acompañar a otras personas».
Fue entonces cuando empecé a ofrecer formalmente acompañamiento en el aborto, y ese fue realmente el comienzo de mi viaje. Durante unos dos años, acompañé a mujeres por mi cuenta, mientras seguía tomando cursos y actualizándome, aunque a veces sentía miedo o dudas.
Finalmente me uní a Di Ramona porque vi que trataban el acompañamiento de manera profesional.
Un concepto que aporto de mi experiencia es la «suspensión del juicio».
Como acompañantes, estamos presentes con las personas en su proceso, pero también necesitamos observarnos a nosotras mismas, ser conscientes de nuestras propias historias y poner límites claros. Acompaño desde mi humanidad, pero estoy pendiente de que me pasa a mí mientras acompaño. Esto ayuda a que mi propia historia, como mi pérdida de embarazo, no se imponga a las personas a las que apoyo. En cambio, utilizo esas lecciones para evitar repetir el daño, por ejemplo, asegurándome de que las mujeres no sufran dolor o negligencia, como me ocurrió a mí en su día.
Cuando me convertí en coordinadora de abortos en Di Ramona, sentí que, aunque el aspecto clínico ya estaba bien cubierto, podíamos reforzar el apoyo emocional, acompañando no solo el proceso de aborto en sí, sino a la persona en su totalidad y su experiencia.
Para Di Ramona, el acompañamiento al aborto consiste en centrarse en la persona.
No imponemos una única opción. Damos información y nos aseguramos de que las personas conozcan sus derechos, para que puedan tomar decisiones informadas, ya sea en los servicios de salud pública o en otros ámbitos. El acompañamiento no sustituye a los servicios médicos, pero garantiza que las personas no estén solas, tengan abortos seguros, se les respete y que sufran menos violencia en los entornos sanitarios. Por supuesto, el acompañamiento no garantiza una experiencia positiva para todes, pero puede reducir riesgos y abonar a descubrir formas más dignas de vivir el proceso.
Me gustaría ver una mayor humanización de la atención en el sistema público. Sé que los médicos están sobrecargados de trabajo, pero incluso quince minutos de trato respetuoso, cálido y atento marcarían una gran diferencia. Una atención humanizada reduciría el estigma y mejoraría los resultados físicos y emocionales. Es ambicioso, quizás incluso utópico, pero esencial.
Entrevista con Yosselin Islas, coordinadora de Aborto Seguro en Di Ramona, organización socia por SAAF en México.




